Sí, así es, ésta es la sensación.
Cuando me hablaban de la felicidad en mis primeras clases de ética, pensaba que yo jamás alcanzaría eso. Pero no, la tengo, aquí, bien cogida, esperando que no se marche jamás, porque me encanta sentirla cerca. Aunque tal vez, la sensación de que algún día pueda irse es lo que me hace agarrarla más fuerte aún.
Sé que no tengo todo, no, ni lo quiero. A lo largo de la historia se les ha llamado "los privilegiados" a las clases con poder, dinero, tierras... Para mí, son tan desgraciados como los que no tienen absolutamente nada. Pienso, que los privilegiados somos nosotros, los que no tenemos todo lo que el dinero puede comprar, ni nos falta comida cada día, e incluso, nos podemos permitir ciertos caprichos. Porque aquí se halla la razón de la felicidad, en tener sólo lo que se necesita para ser feliz, ni más, ni menos.
No sé si es la incertidumbre de no saber qué pasará mañana, o esta loca edad en la que me encuentro, el jugarme mi futuro en dos meses, o estas ansias de comerme el mundo que siento, tampoco sé muy bien por qué.
Lo que si sé es que pase lo que pase mañana, sea cual sea mi futuro, jamás olvidaré esta preciosa sensación, que pocas veces más se repetirá. Pero por muy mal que marchen las cosas, siempre me aferraré a la vida, regalándole una sonrisa cada día, como he hecho hasta ahora.
Y es que no todo son alegrías o llantos en esta vida, pero los problemas siempre se afrontan mejor buscando el lado positivo, aunque pensemos que no existe.
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